Durante la Segunda Guerra Mundial, la cual sintió en carne propia en Alemania desde 1941 hasta su final, Akefeh descubrió la técnica de los dibujos al carbón, que le pareció especialmente adecuada para procesar artísticamente los acontecimientos y experiencias que vivió. Todo lo que estaba en tan marcado contraste con el mundo mayormente idílico, pero siempre colorido, de la miniatura persa necesitaba una técnica de pintura poderosa y formatos grandes. El horror, los miedos, las noches de bombardeo, que pasó en parte en el búnker y en parte en el ático desde donde tenía que arrojar las bombas de fósforo a la calle; pero también la esperanza de una andar común para la creación de un mundo nuevo y de paz inspiraron sus pinturas.
A menudo trabajaba en miniaturas y grandes formatos en paralelo. El contraste entre las dos formas de trabajo la acompañó de ahora en adelante durante toda su vida. Nunca se apegó a técnicas especiales, sino al contenido, que exigía formas de expresión adecuadas.